Nada queda,
son cenizas.
Ni tus manos,
ni la rota palabra
de la despedida,
ni el cuerpo humeante,
ni las caricias.
Todo son ecos
de un sueño olvidado
que viene a robarme
lo que he robado.
Son lágrimas las palabras,
las notas
y los colores,
lágrimas blancas y rojas,
melodías sin nombre.
Son lágrimas por perder
lo que nunca se ha tenido.
Por el miedo a las ventanas,
por donde cuela el olvido.
Vuelven todos los principios,
etérnamente vuelven,
y les hago míos,
todos,
para que no me asusten
y pueda urdirlos con aire,
en un cesto de mimbre
a la orilla del estanque.
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