Dedícale un segundo
a observar nuestros cuerpos.
Tu suave forma,
pálida y tersa,
como una gota de luna.
Mi pecho romo y poblado,
mis brazos largos,
mis manos rotas
de buscar entre las piedras.
Observa cuando chocamos,
cuando entregamos el cuerpo
como el mar se da a la roca,
o mece el viento a la palma,
o cae la lluvia en el río.
Tú eres la copa radiante
que espera,
única y pura,
mi vino fragante y rojo.
El néctar que embriaga
mi lengua fecunda
y escriba
del final que nos espera.
Porque soy viento que baja
y aviva tu hogar dichoso.
Soy la brisa, el vendaval
que hace girar tu veleta.
El que transporta el aroma
de la pólvora y las fresas.
El que no podrás guardar.
Viento que es viento si vuela.
lunes, 7 de febrero de 2011
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