jueves, 31 de mayo de 2012

Pequeña mía.

Vuelvo a bordar las palabras
de mi dolor a la estela
de una estrella que cayó.
No hay palabras,
no hay estrellas.

Vienen  lobos de tu ausencia
a ladrarme en la niebla
y mis ojos aúllan
a tus alas de seda.

Ya no quedan más espejos
donde romper mi alma
vagabunda,
hechizada,
honda como el laberinto,
oscura, extraña y opaca.

Vuelvo a vestirme de verde
y a mecer mis manos
y el dolor es viento
y es verano
y me hundo en la tierra
y respiro,
todo está aquí,
esto es todo.

Pero no estás tú
y yo te quiero.
Y mis dedos te recuerdan,
y te siento
palpitar en la distancia, 
doliendo,
y se me encoge el alma
y quiero borrar 
con un beso
la tristeza 
y la rabia 
y el dolor 
y la nostalgia
y cogerte la mano
y abrazar tu espalda
y juntar nuestras mejillas 
hacia la tarde dorada.

Pero el tiempo es fuego
y su llama
pura
deshace los nudos
de la locura.
Su aliento se lleva
lo sucio,
lo viejo,
y enciende la esencia,
lo puro, 
lo cierto.

Vamos a purificarnos,
pequeña mía,
en el fuego del tiempo.
Que consuma nuestros huesos
y nos deje huecos
para volver a llenarnos
de este amor eterno.



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