Intento ordenar sus desatinos y darle una respuesta coherente a sus desquicios.
Adornar su estela de caos con excusas y tiritas.
Pero no puedo evitar que aveces me empuje,
me haga caer o me envenene con su terca vehemencia.
Entonces me sangran los oídos y el estomago se encoge.
La vista se nubla y pierdo el equilibrio.
Le echo la culpa a otra cosa por si acaso y disimulo mientras otra capa de espeso fango me escala.

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