La tormenta se acercaba, rebelde y fría.
Y en la penumbra de un rincón tú la aguardabas.
Sin atreverte a tocarme.
Yo sentado en el balcón me preguntaba
si al llegar me destruiría con su fuerza.
Pensé en cubrirte con mi cuerpo.
Y esperar el fín acurrucados,
como uno solo.
Pensé en huir y abandonarte.
Dejar que afrontaras tu destino.
Pensé en cogerte entre mis brazos
y llevarte a tierras cálidas,
muy lejos.
Pensé hacia dentro y hacia fuera.
Sufrió mi pensamiento vagabundo.
Y al fin me giré para observarte:
Profunda y tibia. Sosegada.
Pintando el cielo con tu alma.
Cerré los ojos, doloridos.
Quemados. Gastados.
Colmados de líquidas perlas.
Y me lancé a la tormenta.
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