sábado, 6 de diciembre de 2008

Causa

La noche y su influjo indisoluble concedía alas a las piedras.
La luna, inquieta en su cerco de plata,
lanzaba dardos bruñidos con el veneno rojo del fuego.
El vacío encontraba a su presa tras la esquina,
devolviéndola al principio del camino.
Todo sucedía en un punto infinito de lo que llamamos tiempo,
como un regalo divino.

Unos vieron sombras de infortunio.
Olieron la muerte
Rechinaron los dientes.
Pero los ojos más sagaces
encontraron en la lágrima el secreto de La Perla,
en la llaga la hoja del Olivo.

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