sábado, 20 de diciembre de 2008

Contracorriente.

Los hilos invisibles, los que sujetaban sus brazos, sus piernas, su cabeza. Los que le otorgaban movimiento, vida. Cayeron ondeando contra el aire. Muertos.

Poco a poco la oscuridad fue dejando paso a esa escala de azules y negros que sólo ven los gatos. Y tendido, yaciendo inerte en el suelo esperó que alguien tirara otra vez de esos hilos y volviera a llenarlo de energía e ingenio.

Pero tuvo que dejar de esperar, nadie vino a buscarlo.

Poco a poco, empezó a sentirse a gusto, cubierto por esa densa capa de oscuridad. Seguro en el fondo del cajón donde nadie lo hallaría, camuflado entre otros tantos muñecos sin vida. Pronto, sintió el deseo de moverse por si mismo, y liberarse de los hilos dictadores y de las manos ambiciosas, suplantadoras de sueños. Y un leve cosquilleo recorrió su roído cuerpo de madera y poco a poco se convirtió en un latido ensordecedor que ocupó, uno a uno, sus sentidos y le invadió por completo...

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